El brutalismo bailón de Idles | El Correo

2023-02-15 15:44:15 By : Mr. Jeffrey Liang

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Música desabrida, agresiva, asfáltica, muy minimal, con propensión a lo bailón debido (o más bien gracias) a su reiteración rítmica, más británica que los karaokes del sábado noche y etiquetada como punk y también como brutalista a causa del título de su primer álbum, 'Brutalism' (2017), es la que facturan los Idles ingleses, gestados en Bristol en 2009. El lunes recalaron entre nosotros, en el tramo español (Bilbao-Barcelona-Madrid, agotadas estas dos megalópolis) de la gira de su cuarto disco, 'Crawler' (2021), y en la Sala Santana 27 metieron unas 1.111 almas (tal cifra capicúa es verídica y facilitada, que no calculada).

Los Idles son cinco sujetos: dos guitarristas ruidistas por mor de sus propias limitaciones técnicas, una solvente y obsesiva base rítmica de bajo y batería que proporciona el cariz danzón de su repertorio, y un rudo vocalista que más recita que canta, que más chilla que afina. Sus gritos, a veces alaridos, a menudo gruñidos, enganchan de tal modo a su público (muchos veinteañeros, mayoría masculina, bastantes guiris este lunes en la Santana 27) que unos espectadores que habían fumado droga delante nuestro (¿respirar su humo aun con mascarilla contagiará el covid?) se abrazaron y el más alto le dijo al más bajo, el factótum del porro: «Me encanta que por fin hayamos salido, gritado y bailado». Bueno, seguro que no era su primera escapada.

Idles en 91 minutos ejecutaron una veintena de temas de rock urbano y gris como el asfalto y el cemento. Con buen sonido, luces expresivas apropiadas para su estilo y dinamismo cuasi caótico de los cinco miembros en escena, su música reveló muchos huecos en su construcción (los dos guitarristas tienen muchas lagunas, pero las disimulan con saltos a lo loco, con acoples y chirridos, y con lo que haga falta para epatar), aunque en su hora y media de actuación afortunadamente en gradación se podía disfrutar si los oyentes se dejaban llevar, absorber por su punk-rock brutalista.

Ajenos a la belleza, adscritos a lo áspero, agradecidos por nuestra nutrida presencia en un concierto aplazado por culpa de la pandemia («gracias por venir y hacernos sentir especiales», dijo sincero por el final el cantante Joe Talbot), formulando obcecados un rock obsesivo y percusivo, y resonando modernos (o más bien actuales) a la par que punks (a nuestra derecha estuvo Josu Belako en chándal de rayas, a la salida vimos a Txarly de Radiocrimen con su cráneo rasurado para destacar la cresta, ¿y estarían los miembros de Vulk, ese grupo bilbaíno al que lógicamente le influyen los brisolianos?), Idles en su veintena de canciones nos recordaron a muchos grupos de los 80 (desde Joy Division y su tristeza existencial hasta el gótico bailongo y espetado de Teatro del Odio), lo más evolucionado que arbitraron en su paleta estilística fue el hip-hop de los 90 (aparte, numerosas parrafadas de Talbot se podrían vincular a sus compatriotas Sleaford Mods), roquearon (de los Clash a la no wave, con una incursión bastante rockabilly en 'The wheel'), saltaron del post-metal danzón y zumbador ('Divide and conquer') al soul dramático ('The Beachland Ballroom'), volaron roquistas y espaciales en plan los argentino-bilbaínos Cápsula ('1049 Gotho'), ficharon en el éxtasis industrial y hasta celebraron la inmigración, como aclaró el cantante al presentarla ('Danny Nedelko').

Lo mejor es dejarse arrastrar por su minimalismo rítmico y acerbo, pues si alguien se muestra reluctante a su repertorio seguro que se deprime, como a ese al que canta Joe Talbot: «Mi amigo está tan deprimido que desea estar muerto».

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